Inicio Actualidad Las huellas de Cristo en el arte: símbolo, reliquia y presencia

LAS HUELLAS DE CRISTO EN LA ASCENSIÓN:
DE LA PIEDRA AL SÍMBOLO

RESUMEN

Esta entrada explora la representación de las huellas de Cristo en la Ascensión, un motivo que recorre siglos y técnicas —tabla, escultura, vidriera— con gran carga simbólica. A través de ejemplos europeos y del Maestro de los Claveles en Segovia, se analiza cómo el arte encarna la presencia divina en la tierra.

Entre los muchos detalles iconográficos que pueblan las representaciones cristianas de la Ascensión, hay uno que suele pasar desapercibido, pero que encierra una profunda carga simbólica: las huellas de Cristo sobre la tierra en el momento en que asciende al cielo. Este motivo, aparentemente menor, aparece en diversas obras desde la Edad Media y plantea preguntas tanto teológicas como visuales.

En esta entrada analizamos cómo surgió y evolucionó esta representación, qué significado tuvo para los fieles medievales, y por qué su rastro en el arte sigue siendo relevante hoy. El punto de partida es una obra singular conservada en el Palacio Episcopal de Segovia: la Ascensión atribuida al Maestro de los Claveles, donde las huellas juegan un papel destacado dentro de una escena cuidadosamente construida.

A través del análisis de fuentes devocionales y comparaciones con otras obras de maestros como Juan de Flandes, Bartolomé Bermejo o Durero, veremos cómo este motivo articula cuestiones clave de la iconografía cristiana: la relación entre cuerpo y espíritu, la tensión entre presencia y ausencia, y la forma en que el arte medieval traduce lo milagroso en imagen.

Fuentes medievales sobre la Piedra de la Ascensión

Desde los primeros siglos del cristianismo, los peregrinos veneraban en Jerusalén la piedra sobre la que, según la tradición, Cristo habría dejado impresas sus huellas en el momento de la Ascensión. Esta roca, conocida como Piedra de la Ascensión, se conservaba en el santuario construido en el Monte de los Olivos.

A falta de reliquias corporales de Jesús, estas impresiones en la tierra se convirtieron en una de las formas más intensas de presencia simbólica y física en la devoción cristiana. Uno de los testimonios más citados es el del poeta y obispo Paulino de Nola, hacia el año 403, quien escribió:

“Ese único lugar fue tan santificado por los pasos de Dios que siempre ha rechazado cualquier cobertura de mármol o pavimento. El suelo arroja con desdén lo que la mano humana intenta poner allí para embellecerlo… y conserva la venerada impronta de los pies divinos en el polvo hollado por Dios, de modo que uno puede decir verdaderamente: ‘Adoramos en el lugar donde sus pies estuvieron’”.

Otro texto importante fue la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine (siglo XIII), que consolida la tradición del siglo V y legitima su inclusión en la iconografía cristiana. Gracias a la autoridad de esta obra, el motivo de las huellas se mantuvo vigente durante toda la Baja Edad Media

De la piedra al símbolo

Esta tradición textual no tardó en encontrar un eco visual. A partir del siglo XII, la iconografía de la Ascensión empezó a incorporar elementos materiales que daban forma concreta a lo narrado en las fuentes. Como explica Caroline Walker Bynum, la idea de la huella no es solo un vestigio físico, sino una paradoja visual y espiritual. La imagen no muestra solo el momento de la elevación, sino también lo que queda: un espacio santo, una tierra marcada por lo divino.

En consecuencia, se alimenta una devoción centrada no solo en los eventos sagrados, sino en su localización física. Espacios en los que se sintetiza el relato bíblico y de la tradición devocional medieval, como explica Andrea Worm.

No es casual, por tanto, que la Piedra de la Ascensión se convirtiera en una de las reliquias más veneradas de la Edad Media. Su función no era solo remitir al pasado, sino actualizar visual y espiritualmente el misterio de la Ascensión. La idea de que un cuerpo glorificado pudiera dejar una marca física en la tierra alimentó representaciones icónicas que trascienden su literalidad.

Del bloque pétreo a las huellas visibles: evolución de un motivo iconográfico

La representación de la Ascensión de Cristo no tuvo desde sus inicios una iconografía fija. Durante los primeros siglos del arte cristiano, la escena se centraba en Cristo elevándose al cielo, rodeado de ángeles o apóstoles, sin una referencia explícita al terreno. Sin embargo, a partir del siglo XII comienza a consolidarse una variante visual centrada en el Monte de los Olivos, que introduce un elemento nuevo: una piedra o bloque sobre el que Cristo dio su último paso antes de ascender.

En una primera etapa, este bloque pétreo aparece como un simple elemento de paisaje, sin marcas visibles, evocando de forma genérica el lugar de la Ascensión. Posteriormente, comienza a representarse con huellas visibles de los pies de Cristo, concretando así el motivo y cargándolo de simbolismo.

Este desarrollo no fue casual. Por un lado, responde al creciente culto a las reliquias en la espiritualidad medieval; por otro, al deseo del arte gótico de traducir lo milagroso en formas visibles. Las huellas grabadas se convierten en prueba material de la Encarnación y en un vínculo tangible entre lo terrenal y lo divino. La imagen ya no muestra solo la elevación de Cristo, sino también lo que dejó atrás: una marca en la tierra que permanece tras su partida. Esta solución se mantuvo durante siglos en las pinturas de tabla del gótico tardío, especialmente en el ámbito flamenco y alemán, y aparece incluso sin el bloque visible, sobre la superficie del terreno o un prado verde.

Las huellas de Cristo: un motivo iconográfico compartido

A lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, la representación de las huellas de Cristo en la escena de la Ascensión se convirtió en un motivo recurrente en el arte europeo. Entre los siglos XIII y XVII, numerosos artistas —desde iluminadores hasta pintores y escultores— recurrieron a este símbolo. Aunque la forma de representar estas huellas varía según el contexto y el autor, todas comparten una misma inquietud teológica: subrayar que la Ascensión no implica la desaparición total de Cristo.

En el ámbito hispánico, destaca la tabla atribuida al Maestro de los Claveles, conservada en el Palacio Episcopal de Segovia. En esta pintura del siglo XV, se representan con claridad las huellas de los pies en un monte cubierto de hierba. Esta elección iconográfica revela la recepción de modelos germánicos y flamencos en la pintura hispanoflamenca.

También Juan de Flandes, en la tabla de la Ascensión conservada en el Museo del Prado, opta por centrar la escena en un montículo rocoso con las huellas marcadas, mientras que Bartolomé Bermejo, en su versión del Museu Nacional d’Art de Catalunya, sitúa las huellas sobre una superficie herbosa, integrándolas con un naturalismo más avanzado. En el ámbito germánico, Alberto Durero retoma el motivo en su xilografía The Ascension (Small Passion, 1511), donde el gesto visual apunta a las huellas aunque no las represente directamente, dejando al espectador ante un vacío cargado de significado.

Este motivo también se mantuvo en el arte barroco. Un buen ejemplo es la Ascensión de Cristo de Francisco Camilo (h. 1650), conservada en el Museo Nacional de Arte de Cataluñla. En esta composición de gran dinamismo y verticalidad, las huellas permanecen visibles sobre una roca, justo bajo la figura que asciende. Aunque el tratamiento es más gestual que literal, la huella sigue funcionando como un anclaje teológico: señala la tierra tocada por Cristo antes de su glorificación. Camilo, heredero del naturalismo tenebrista y de la tradición contrarreformista, recoge un símbolo medieval y lo traduce al lenguaje emocional del Barroco.

El motivo también se trasladó con éxito a la escultura. En el retablo mayor de la Catedral de Zaragoza, atribuido a Pere Johan, la escena de la Ascensión incluye explícitamente las huellas talladas en el suelo, como signo del último contacto de Cristo con la tierra. Esta materialización escultórica refuerza el carácter casi sacramental del motivo.

Finalmente, las huellas aparecen también en las vidrieras de diferentes catedrales, donde la luz y el color intensifican su fuerza simbólica. En la Catedral de Granada o en la catedral de Sevilla, por ejemplo, diferentes vidrieras con la escena de la Ascensión representa con claridad las huellas sobre el terreno. Estos ejemplos muestran cómo el símbolo se adaptó a distintos lenguajes y formatos visuales —tabla, piedra, grabado, vidrio—, sin perder su capacidad de conmover, enseñar y hacer presente lo divino

Conclusiones

El motivo de las huellas de Cristo en la Ascensión nos revela cómo el arte cristiano medieval y moderno supo traducir creencias abstractas en signos visuales poderosos. Desde manuscritos y tablas hasta vidrieras y retablos, estas marcas no solo recordaban un lugar sagrado: activaban la experiencia de la presencia ausente. Hoy, al detenernos ante obras como la del Maestro de los Claveles en el Palacio Episcopal de Segovia, redescubrimos esa tensión entre lo terrenal y lo trascendente. Las huellas siguen ahí: no como reliquias pasadas, sino como pistas visuales que nos invitan a mirar más allá.

Miniatura bizantina de la Ascensión de Cristo con la Virgen y los apóstoles, del Evangelio de Rabbula, siglo VI

Ascensión de Cristo en los Evangelios de Rabbula, manuscrito iluminado del siglo VI

Miniatura románica de la Ascensión de Cristo, con apóstoles y ángeles, en el Salterio del Landgrave (Landgrafenpsalter, siglo XII)

Ascensión de Cristo en el Landgrafenpsalter, manuscrito iluminado del siglo XII

Miniatura gótica de la Ascensión de Cristo con huellas en el monte, con la Virgen y apóstoles, Speculum humanae salvationis, ca. 1360

Ascensión de Cristo en el Speculum humanae salvationis, ca. 1360 (Hs 2505, Darmstadt)

Pintura gótica de la Ascensión de Cristo con apóstoles y la Virgen María, obra del Maestro de los Claveles en el Palacio Episcopal de Segovia

Ascensión del Maestro de los Claveles, siglo XV, Palacio Episcopal de Segovia

Cristo asciende al cielo oculto por una nube, dejando sus huellas en el monte de los Olivos, ante María y los apóstoles. Obra de Juan de Flandes. Conservado en el museo Nacional del Prado

 Ascensión de Cristo, Juan de Flandes, 1514–1519

Representaciones de las huellas de Cristo en el arte

Concierto navideño en el patio del Palacio Episcopal con luces y decoraciones festivas.

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Más info

Retrato de Juan de Briviesca

Autor: Jerónimo López Polanco
s.XVII
Óleo sobre tabla

Juan de Briviesca (1585-1629) fue un sacerdote conocido por su dedicación a la fe y vida austera. Conocemos muchos detalles de su vida por la obra «Vida del Venerable sacerdote Juan de Briviesca«, escrita por su amigo Luis Vázquez.

Este retrato fue realizado por Jerónimo López Polanco en 1619, cuando Briviesca tenía 34 años. Puede encuadrarse en el barroco temprano español, caracterizado por claroscuros y gran atención al detalle. Aquí se captura tanto la apariencia física como la profundidad espiritual del personaje. El texto inferior fue añadido en 1716 y ofrece una breve biografía del retratado.

Si quieres saber más sobre esta obra: Pulsa aquí

Jarrón de opalina

Escuela espñaola
Segunda mitad del s.XX

Este jarrón de opalina, creado en la segunda mitad del siglo XX, está inspirado en el estilo imperio. Este estilo se originó a principios del siglo XIX durante el reinado de Napoleón Bonaparte y se caracteriza por su grandiosidad y el uso de elementos decorativos clásicos como guirnaldas, coronas de laurel y estrellas, que simbolizan poder y gloria.
Aunque, este jarrón es una creación del siglo XX, emula con precisión la estética y el lujo característicos del estilo imperio original. Con su gemelo, esta pareja refuerza su presencia y simetría en la decoración, aumentando el atractivo visual de la sala donde su colocaran.

Lámpara de petróleo

Escuela espñaola
Primera mitad del s.XX

Esta lámpara de petróleo es una muestra representativa de la artesanía española del primer tercio del siglo XX, un periodo en el que la iluminación con petróleo todavía era común antes de la generalización de la electricidad en todos los hogares. Las lámparas de petróleo no solo eran objetos utilitarios, sino también piezas decorativas que reflejaban el estilo y la elegancia de la época.  
Los detalles ornamentales reflejan las influencias estilísticas de la época, posiblemente el Art Nouveau o el Historicismo, estilos que prevalecieron en las artes decorativas del periodo.

Tapiz "La Elevación de la Cruz"

Autor: Pedro Pablo Rubens
Manufactura: Jean-Baptiste Vermillion
s.XVIII

Esta obra textil recrea el tríptico de Pedro Pablo Rubens, La Elevación de la Cruz, conservado en la Catedral de Nuestra Señora en Bruselas. El tapiz aprovecha el formato tríptico para representar un momento clave de la Pasión de Cristo, capturando fielmente la esencia emocional y artística de la pintura de Rubens.

Jean-Baptiste Vermillion, conocido también como De Lana, destacó como un tejedor relevante en Bruselas durante el siglo XVIII. Tras tomar el control del taller de Jeroen Le Clerc en 1722, obtuvo privilegios significativos que reforzaron su prestigio dentro del ámbito textil. Fue nombrado decano de su gremio en 1726, y su influencia se mantuvo a lo largo de los años, a pesar de cerrar su taller en Bruselas en 1732 y sus intentos posteriores de establecer otro en Huy hasta 1741.

Virgen con el niño

s.XVI
Óleo sobre tabla

Copia del cuadro «La Virgen y el Niño en el paisaje vespertino» de Tiziano. El original fue pintado en Venecia entre 1550 y 1560 por orden del rey Felipe II. Estuvo mucho tiempo conservado en la sacristía del Escorial . Actualmente se exhibe en la galería Alte Pinakothek de Múnich .

La composición recuerda a las composiciones de Raffaello, pero el paisaje tranquilo y el cielo son típico de la pintura veneciana. Un estilo que también influirá a El Greco. Se trata de una de las obras más directas y cautivadoras del último período del pintor.

Calvario

Autor: Jan van Scorel
s.XVI
Óleo sobre tabla

El cuadro «El Calvario», atribuido a Jan van Scorel y datado en el siglo XVI, es una obra de gran intensidad emocional y detallismo. En esta tabla se representa la crucifixión de Cristo con una composición equilibrada. Las figuras de la Virgen María, María Magdalena y San Juan muestran un meticuloso trabajo en sus vestimentas y expresiones, resaltando la habilidad de Van Scorel en capturar la humanidad del momento. El uso del color y la luz contribuye a enfatizar la solemnidad de la escena, mientras que el fondo enmarca la escena, demostrando la influencia del arte renacentista en esta obra.

Santo Entierro

s.XVI
Óleo sobre tabla

La pintura representa la escena del entierro de Cristo, con los personajes dispuestos alrededor de su cuerpo en un momento de profundo dolor y reverencia. Destacan las expresiones faciales y los gestos de los personajes, así como el meticuloso trabajo en las vestimentas. El uso del color y la luz resalta el dramatismo de la escena, mientras que el fondo con elementos arquitectónicos y naturales enmarca la composición con gran precisión, demostrando la maestría del autor anónimo.

La Ascensión

s.XV
Maestro de los Claveles
Óleo y temple sobre tabla

El Maestro de los Claveles, recibe su nombre por la flor que suele estar presente en sus obras. Vinculado al taller del Maestro de Ávila, sus tablas son ejemplos de la síntesis hispanoflamenca del siglo XV en Castilla, caracterizadas por el horror vacui, el detallismo de los brocados, y fondos con castillos y escenas urbanas. En su obra destaca la técnica cuidada y el dibujo preciso.

Si quieres saber más sobre esta obra, puedes leer nuestras entradas específicas sobre:

Predela de los apóstoles

s.XVI
Óleo sobre tabla

La predela es una sección horizontal que se ubica en la parte inferior de un retablo. Habitualmente se encuentra dividida en cajas o «casamentos»; y se utiliza para complementar las escenas del retablo principal con imágenes de un formato más pequeño.

En esta predela se representa, de izquierda a derecha, a: San Andrés, San Bartolomé, San Pedro, San Pablo, Santiago y San Juan. De este último destaca la iconografía elegida (copa de la que emerge un dragón), la cual fue prohibida por el Concilio de Trento. Un detalle que, no solo confirma la datación de la obra, sino que también resalta su importancia en el registro histórico de la iconografía religiosa.

Corona de la Virgen de la Fuencisla

s.XVI
Diseño: Florentino Trapero
Orfebre: Otero y Riopérez

La Corona de Nuestra Señora de la Fuencisla es un símbolo de la realeza y santidad de la Virgen María. Su uso en imágenes marianas tiene sus raíces en la práctica de coronar figuras sagradas como muestra de veneración. Una tradición que se consolida en la Edad Media y el Renacimiento, cuando se busca resaltar la importancia y el carácter divino de las figuras religiosas. En la actualidad, continúa utilizándose, junto con la del Niño, para adornar a la Virgen durante la Semana Santa en Segovia

Cruz procesional

s.XVI
Orfebre: Antonio Oquendo

La cruz procesional simboliza la redención, el sacrificio de Cristo y su victoria sobre la muerte. . A nivel estructural tiene 3 elementos: vástago, macolla o nudo, y cruz. Puede denominarse también CRUZ ALZADA, que hace referencia a las cruces procesionales que se sujetan con una vara.

Rostrillo

s.XVIII
Orfebre: Lorenzo Cantero

Adorno que se coloca alrededor de la cara de las imágenes de la Virgen. El origen del rostrillo se encuentra en el complemento que usaban las mujeres para enmarcar su rostro y tapar el pelo. En el s.XVI se asocia a las viudas. Posteriormente, la escultura religiosa adopta este adorno para mostrar el luto de la Virgen por la muerte de su Hijo.

Esta pieza procede de la iglesia de San Miguel Arcángel (Segovia).

Naveta

s.XVI
Orfebre: Diego de Olmedo

Habitualmente se colocan en el altar, cerca del sagrario o del lugar donde se conserva el Santísimo Sacramento. Su forma de barco en la liturgia católica está motivada por su simbolismo. Representan la Iglesia como una embarcación que guía a los fieles hacia la salvación. Durante la Eucaristía, se utilizan junto con el incensario para quemar incienso, simbolizando la oración ascendiendo al cielo.

Cruz procesional

s.XIV

Destinada a presidir las ceremonias más importantes y encabeza procesiones, entierros, así como las diversas celebraciones en que participa la comunidad católica. Se inciensa por ser signo de Salvación. Esta pieza posee alma de madera sobre la que se adhieren las chapas de plata, blanca o dorada, mediante clavos. A nivel estructural tiene 3 elementos: vástago, macolla o nudo, y cruz.

Asunción de la Virgen

s.XIII

Altorrelieve policromado en alabastro datado del siglo XV perteneciente a la escuela inglesa. En él se representa la Asunción de la Virgen. María es elevada al cielo por ángeles, lo que simboliza su santidad y conexión celestial. La posición de sus manos en oración, denota humildad y aceptación de la voluntad divina. La corona enfatizan su realeza y pureza; y la aureola, su santidad y presencia divina.

San Mateo

s.XV

Esta escultura en alabastro de San Mateo, uno de los cuatro evangelistas, es obra de Sebastián de Almonacid del siglo XV.
En ella se observa a Mateo con dos de sus identificadores principales: el libro del Evangelio, y un ángel, su elemento antropomorfo. Almonacid, maestro de la transición gótico-renacentista, plasmó en la pieza la sobriedad y la humanidad propias del realismo nórdico.

Arcángel San Gabriel

s.XVIII

Conocido como el mensajero de Dios. Simboliza la revelación y la verdad. Gabriel inspira a los fieles a escuchar su intuición y mensajes divinos, representando la comunicación, la esperanza y la fuerza.

Capitel

s.XIII

Capitel del siglo XIII, tallado en piedra caliza y de autoría anónima, que ilustra tres episodios clave del cristianismo. Un hecho que sitúa esta pieza como ejemplo de la narrativa visual medieval y el simbolismo religioso de la época.

  1. La Anunciación, en la que destaca el arcángel Gabriel mientras revela a María su destino como madre del Mesías.
  2. Tentación de Jesús, cuando rechaza a Satanás en el desierto.
  3. San Pedro portando las llaves celestiales, un presagiando de su liderazgo en la Iglesia.

Capitel

s.XIII

Adornado con arpías y aves del paraíso. Las primeras simbolizan la lujuria y los vicios terrenales según la moralidad cristiana medieval.

A nivel iconográfico combina rostro humano, cuerpo de ave, pezuñas de caprino y cola de serpiente. Esta última la diferencia de las sirenas y refleja la influencia de la iconografía clásica. La capucha remite a los infieles, en particular a los musulmanes, en el contexto de las cruzadas.

Se trata de una pieza que testimonia la didáctica visual de la época y que instruía sobre el pecado y la redención.

Silla de caderas

Escuela española
Primer tercio del s.XX

También conocida como florentina, dantesca o jamuga. Se trata de un asiento plegable de doble tijera, que surge en Italia durante la Baja Edad Media, como resultado de la evolución de la silla de tijera. Sin embargo, esta tipología también es común en otros países europeos. En algunos de ellos fueron asientos de honor hasta el siglo XVII.
Progresivamente pierden importancia en favor de las sillas de brazos, pero durante el siglo XIX y XX vuelven a producirse por considerarse una producción típica española. Este ejemplar imita las originales de época renacentista y posee una gemela en las colecciones del Palacio Episcopal.

Entredós

Estilo imperial
Segunda mitad del s.XVIII

El origen de este mueble se sitúa en Francia en el siglo XVIII. Se trata de un armario bajo con puertas al frente y, generalmente, de poco fondo. Su nombre procede de su ubicación más habitual, los paños de pared entre ventanas. Solían producirse en parejas y tuvo gran aceptación durante el siglo XIX.
En el centro de las puertas de este entredós hay dos escenas pintadas sobre sendas placas de porcelana. En ellas se representan arquitecturas de carácter popular. El resto del frente presenta diferentes motivos en bronce dorado a fuego.

Épergne

Escuela española
s.XIX-XX

Desde el siglo XVII se disponen en la mesa diferentes elementos que progresivamente han adoptado una función meramente decorativa. Entre ellos se encuentran los centros de mesa, el frutero o el conocido como “épergne”. Este último fue introducido desde Francia en el s.XVIII y solía utilizarse para contener cualquier tipo de comida o postre. Las argollas situadas bajo los leones alados de sus extremos podrían indicar que, inicialmente, estaba configurado por otros elementos.

Capitel

s.XIII

Decorado con arpías y aves del paraíso. Las primeras simbolizan la lujuria y los vicios terrenales en la moralidad cristiana medieval. A nivel iconográfico combinan rostro humano, cuerpo de ave, pezuñas de caprino y cola de serpiente. Este último atributo las diferencia de las sirenas y refleja la influencia de la iconografía clásica. La capucha remite a los infieles, en particular a los musulmanes, en el contexto de las Cruzadas. Se trata de una pieza que testimonia la didáctica visual medieval, que instruía sobre el pecado y la redención.

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