- Lunes a domingo 9:30 a 18:30 h
- Pl. San Esteban, 13, 40003 Segovia
Desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX, la plata y el oro desempeñaron un papel central en la liturgia católica como materiales consagrados a lo sagrado. Esta elección no respondía únicamente a su valor económico o su maleabilidad, sino a su carga simbólica: la incorruptibilidad del oro y el fulgor purificador de la plata se asociaban con la divinidad, la pureza y la gloria celestial. Cáliz, patenas, custodias, incensarios o cruces procesionales —como las conservadas en el Palacio Episcopal de Segovia— se realizaban en metales nobles, reservados para lo más elevado del ritual cristiano: el cuerpo de Cristo, la Eucaristía o la representación del mismo.
A lo largo de los siglos, la orfebrería litúrgica fue también una manifestación de poder eclesiástico y mecenazgo artístico. Las catedrales, iglesias y monasterios rivalizaban en la calidad de sus talleres y encargos, no solo para el culto, sino como expresión visible de la importancia del cabildo, la diócesis o el patrono.
Las marcas en la platería española cumplen una triple función: garantía de autenticidad, trazabilidad del autor y control fiscal del metal. Su uso está documentado desde el siglo XIV, cuando se obligaba a marcar las piezas con el punzón de la ciudad. Así lo reflejan las Ordenanzas de Sevilla de 1376 o las marcas conservadas en piezas burgalesas.
En 1435, durante las Cortes de Madrid, el rey Juan II de Castilla ordenó que los plateros estamparan además su sello personal en todas aquellas obras realizadas en plata de once dineros y seis granos de ley. Este fue un punto de inflexión que estableció qué piezas debían considerarse como “plata de marcar”.
Años después, en 1472, el rey Enrique IV modificó el estándar, rebajando la ley exigida a once dineros y cuatro granos — unidad tradicional usada para medir la pureza del metal: el sistema se basaba en 12 dineros, equivalentes a plata pura; cada dinero se dividía en 24 granos—.Esta medida que se mantuvo vigente hasta 1730, cuando se volvió a permitir labrar plata de once dineros.
En 1476, los Reyes Católicos, reunidos en las Cortes de Madrigal, extendieron la obligación del marcaje a todo el reino. Más aún, en 1488 se estableció que solo podía labrarse y marcarse plata de una ley determinada, lo que respondía a la necesidad de homogeneizar la calidad del metal en el comercio y frenar irregularidades.
En 1499, los Reyes Católicos pusieron en marcha los oficios de marcador y contraste, dos funciones que quedarían unificadas en 1752. Este sistema se mantuvo vigente hasta el siglo XIX, adaptándose a las reformas borbónicas y a la centralización liberal. En este sentido, las Ordenanzas Generales de Carlos III de 1771, aplicadas inicialmente a los plateros de Madrid y luego al conjunto del reino, pusieron fin a la disparidad de reglamentaciones locales, unificando criterios sobre la ley del metal, el marcaje y las responsabilidades de los talleres. Esta normativa marcó un hito en la fiscalización del oficio y en la modernización administrativa del control de calidad de la platería.
Es importante resaltar que la marca ‘925’ —que indica la ley internacional de la plata esterlina— no se instauró en Castilla en la Edad Media. Esta codificación es moderna y responde a estándares internacionales definidos en el siglo XX. De hecho, en la colección litúrgica del Palacio Episcopal solo aparece en una pieza del siglo XIX: la macolla de una cruz procesional fabricada por el taller C. Meneses, activo en Madrid desde 1840, donde aparece tanto su firma como la marca ‘925’. Esta pieza es una adición moderna a una cruz gótica original de finales del siglo XV.
En el siglo XVI, Segovia contaba con un número notable de plateros activos, con especial concentración en la actual calle de Platerías, cerca del barrio de San Millán. El hecho de que dieran nombre a una calle evidencia su importancia en el tejido urbano y comercial de la ciudad. Estos talleres no solo eran centros de producción artesanal, sino también espacios de formación y transmisión de un oficio profundamente reglamentado.
La platería formaba parte de un gremio estructurado, como era habitual en las ciudades castellanas. Aunque no se conservan ordenanzas específicas de Segovia, se sabe que estas corporaciones gremiales regulaban estrictamente el acceso al oficio, los periodos de aprendizaje y la promoción profesional. Los gremios estaban organizados en tres niveles jerárquicos: aprendices, oficiales y maestros. Solo estos últimos podían abrir taller propio y contratar personal, tras superar un examen que certificaba su capacitación técnica y moral.
Estas corporaciones también tenían una dimensión religiosa y comunitaria, frecuentemente vinculadas a la figura de San Eloy, patrón de los plateros, cuyo día se celebraba con actos litúrgicos y fraternales. A partir del siglo XVI, muchas ciudades comenzaron a recopilar sus ordenanzas, bien mediante recopilaciones municipales o por iniciativa de los propios gremios. Las ordenanzas solían detallar aspectos técnicos, disciplinares y sociales, y estuvieron vigentes hasta las reformas borbónicas.
Uno de los hitos en esta evolución fue la promulgación de las Ordenanzas Generales de Platería de 1771, dictadas por Carlos III inicialmente para los plateros de Madrid, pero que luego se extendieron a todo el reino. Con ellas se puso fin a la diversidad normativa local, y se consolidó un sistema más centralizado y uniforme de control profesional. La progresiva pérdida de poder de los gremios culminaría a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con su supresión definitiva en el marco de las reformas ilustradas y liberales.
Las colecciones de orfebrería litúrgica conservadas en el Palacio Episcopal de Segovia constituyen un valioso testimonio de la tradición platera castellana entre los siglos XVII y XIX. Predominan los trabajos de plateros segovianos, lo que refleja la vitalidad del gremio local durante ese periodo. Entre ellos se encuentran autores documentados como Antonio Salván Espejo, activo entre 1686 y 1702, Baltasar de Nájera, José Martínez del Valle, Ignacio Álvarez Arintero o Tomás Sedeño, cuyas obras muestran una notable continuidad estilística y técnica en la producción de objetos de culto.
Junto a estas piezas de origen local, el conjunto incluye también obras procedentes de otros centros plateros peninsulares, lo que evidencia la circulación de objetos litúrgicos a través de encargos, donaciones y compras. Destacan algunas piezas de la Fábrica de Martínez en Madrid, activa desde 1846, y otras procedentes de talleres barceloneses como el de Joan Angeli, muy activo en la producción religiosa del siglo XIX. Esta combinación de obras locales y foráneas enriquece el panorama de la platería religiosa conservada en el Palacio, ilustrando la diversidad de estilos, técnicas y redes de producción en la orfebrería sacra de la Edad Moderna y Contemporánea.
Gracias a las marcas, la platería litúrgica no es solo arte devocional, sino también documento histórico. Nos habla de redes de producción, de movilidad de autores, de devociones locales y de prácticas económicas. El trabajo conjunto de orfebres, concejos y contrastadores queda sellado en cada copa, custodia o naveta.
Cáliz del siglo XVI procedente de la iglesia de San Zoilo en Escalona del Prado (Segovia)
Pie del cáliz del siglo XVI procedente de la iglesia de San Zoilo en Escalona del Prado (Segovia).
Detalle de las marcas de platería estampadas en la cruz de pendón de la iglesia de Nuestra Señora de la Sunción en Valseca (Segovia)
Portapaz de plata procedente de la iglesia de Nuestra Señora de la Sunción en Valseca (Segovia). En el reverso presenta marcas de localidad (Segovia) y del platero-marcador José Martínez del Valle.
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Retrato de Juan de Briviesca
Autor: Jerónimo López Polanco
s.XVII
Óleo sobre tabla
Juan de Briviesca (1585-1629) fue un sacerdote conocido por su dedicación a la fe y vida austera. Conocemos muchos detalles de su vida por la obra «Vida del Venerable sacerdote Juan de Briviesca«, escrita por su amigo Luis Vázquez.
Este retrato fue realizado por Jerónimo López Polanco en 1619, cuando Briviesca tenía 34 años. Puede encuadrarse en el barroco temprano español, caracterizado por claroscuros y gran atención al detalle. Aquí se captura tanto la apariencia física como la profundidad espiritual del personaje. El texto inferior fue añadido en 1716 y ofrece una breve biografía del retratado.
Si quieres saber más sobre esta obra: Pulsa aquí
Jarrón de opalina
Escuela espñaola
Segunda mitad del s.XX
Este jarrón de opalina, creado en la segunda mitad del siglo XX, está inspirado en el estilo imperio. Este estilo se originó a principios del siglo XIX durante el reinado de Napoleón Bonaparte y se caracteriza por su grandiosidad y el uso de elementos decorativos clásicos como guirnaldas, coronas de laurel y estrellas, que simbolizan poder y gloria.
Aunque, este jarrón es una creación del siglo XX, emula con precisión la estética y el lujo característicos del estilo imperio original. Con su gemelo, esta pareja refuerza su presencia y simetría en la decoración, aumentando el atractivo visual de la sala donde su colocaran.
Lámpara de petróleo
Escuela espñaola
Primera mitad del s.XX
Esta lámpara de petróleo es una muestra representativa de la artesanía española del primer tercio del siglo XX, un periodo en el que la iluminación con petróleo todavía era común antes de la generalización de la electricidad en todos los hogares. Las lámparas de petróleo no solo eran objetos utilitarios, sino también piezas decorativas que reflejaban el estilo y la elegancia de la época.
Los detalles ornamentales reflejan las influencias estilísticas de la época, posiblemente el Art Nouveau o el Historicismo, estilos que prevalecieron en las artes decorativas del periodo.
Tapiz "La Elevación de la Cruz"
Autor: Pedro Pablo Rubens
Manufactura: Jean-Baptiste Vermillion
s.XVIII
Esta obra textil recrea el tríptico de Pedro Pablo Rubens, La Elevación de la Cruz, conservado en la Catedral de Nuestra Señora en Bruselas. El tapiz aprovecha el formato tríptico para representar un momento clave de la Pasión de Cristo, capturando fielmente la esencia emocional y artística de la pintura de Rubens.
Jean-Baptiste Vermillion, conocido también como De Lana, destacó como un tejedor relevante en Bruselas durante el siglo XVIII. Tras tomar el control del taller de Jeroen Le Clerc en 1722, obtuvo privilegios significativos que reforzaron su prestigio dentro del ámbito textil. Fue nombrado decano de su gremio en 1726, y su influencia se mantuvo a lo largo de los años, a pesar de cerrar su taller en Bruselas en 1732 y sus intentos posteriores de establecer otro en Huy hasta 1741.
Virgen con el niño
s.XVI
Óleo sobre tabla
Copia del cuadro «La Virgen y el Niño en el paisaje vespertino» de Tiziano. El original fue pintado en Venecia entre 1550 y 1560 por orden del rey Felipe II. Estuvo mucho tiempo conservado en la sacristía del Escorial . Actualmente se exhibe en la galería Alte Pinakothek de Múnich .
La composición recuerda a las composiciones de Raffaello, pero el paisaje tranquilo y el cielo son típico de la pintura veneciana. Un estilo que también influirá a El Greco. Se trata de una de las obras más directas y cautivadoras del último período del pintor.
Calvario
Autor: Jan van Scorel
s.XVI
Óleo sobre tabla
El cuadro «El Calvario», atribuido a Jan van Scorel y datado en el siglo XVI, es una obra de gran intensidad emocional y detallismo. En esta tabla se representa la crucifixión de Cristo con una composición equilibrada. Las figuras de la Virgen María, María Magdalena y San Juan muestran un meticuloso trabajo en sus vestimentas y expresiones, resaltando la habilidad de Van Scorel en capturar la humanidad del momento. El uso del color y la luz contribuye a enfatizar la solemnidad de la escena, mientras que el fondo enmarca la escena, demostrando la influencia del arte renacentista en esta obra.
Santo Entierro
s.XVI
Óleo sobre tabla
La pintura representa la escena del entierro de Cristo, con los personajes dispuestos alrededor de su cuerpo en un momento de profundo dolor y reverencia. Destacan las expresiones faciales y los gestos de los personajes, así como el meticuloso trabajo en las vestimentas. El uso del color y la luz resalta el dramatismo de la escena, mientras que el fondo con elementos arquitectónicos y naturales enmarca la composición con gran precisión, demostrando la maestría del autor anónimo.
La Ascensión
s.XV
Maestro de los Claveles
Óleo y temple sobre tabla
El Maestro de los Claveles, recibe su nombre por la flor que suele estar presente en sus obras. Vinculado al taller del Maestro de Ávila, sus tablas son ejemplos de la síntesis hispanoflamenca del siglo XV en Castilla, caracterizadas por el horror vacui, el detallismo de los brocados, y fondos con castillos y escenas urbanas. En su obra destaca la técnica cuidada y el dibujo preciso.
Si quieres saber más sobre esta obra, puedes leer nuestras entradas específicas sobre:
Predela de los apóstoles
s.XVI
Óleo sobre tabla
La predela es una sección horizontal que se ubica en la parte inferior de un retablo. Habitualmente se encuentra dividida en cajas o «casamentos»; y se utiliza para complementar las escenas del retablo principal con imágenes de un formato más pequeño.
En esta predela se representa, de izquierda a derecha, a: San Andrés, San Bartolomé, San Pedro, San Pablo, Santiago y San Juan. De este último destaca la iconografía elegida (copa de la que emerge un dragón), la cual fue prohibida por el Concilio de Trento. Un detalle que, no solo confirma la datación de la obra, sino que también resalta su importancia en el registro histórico de la iconografía religiosa.
Corona de la Virgen de la Fuencisla
s.XVI
Diseño: Florentino Trapero
Orfebre: Otero y Riopérez
La Corona de Nuestra Señora de la Fuencisla es un símbolo de la realeza y santidad de la Virgen María. Su uso en imágenes marianas tiene sus raíces en la práctica de coronar figuras sagradas como muestra de veneración. Una tradición que se consolida en la Edad Media y el Renacimiento, cuando se busca resaltar la importancia y el carácter divino de las figuras religiosas. En la actualidad, continúa utilizándose, junto con la del Niño, para adornar a la Virgen durante la Semana Santa en Segovia
Cruz procesional
s.XVI
Orfebre: Antonio Oquendo
La cruz procesional simboliza la redención, el sacrificio de Cristo y su victoria sobre la muerte. . A nivel estructural tiene 3 elementos: vástago, macolla o nudo, y cruz. Puede denominarse también CRUZ ALZADA, que hace referencia a las cruces procesionales que se sujetan con una vara.
Adorno que se coloca alrededor de la cara de las imágenes de la Virgen. El origen del rostrillo se encuentra en el complemento que usaban las mujeres para enmarcar su rostro y tapar el pelo. En el s.XVI se asocia a las viudas. Posteriormente, la escultura religiosa adopta este adorno para mostrar el luto de la Virgen por la muerte de su Hijo.
Esta pieza procede de la iglesia de San Miguel Arcángel (Segovia).
Naveta
s.XVI
Orfebre: Diego de Olmedo
Habitualmente se colocan en el altar, cerca del sagrario o del lugar donde se conserva el Santísimo Sacramento. Su forma de barco en la liturgia católica está motivada por su simbolismo. Representan la Iglesia como una embarcación que guía a los fieles hacia la salvación. Durante la Eucaristía, se utilizan junto con el incensario para quemar incienso, simbolizando la oración ascendiendo al cielo.
Cruz procesional
s.XIV
Destinada a presidir las ceremonias más importantes y encabeza procesiones, entierros, así como las diversas celebraciones en que participa la comunidad católica. Se inciensa por ser signo de Salvación. Esta pieza posee alma de madera sobre la que se adhieren las chapas de plata, blanca o dorada, mediante clavos. A nivel estructural tiene 3 elementos: vástago, macolla o nudo, y cruz.
Altorrelieve policromado en alabastro datado del siglo XV perteneciente a la escuela inglesa. En él se representa la Asunción de la Virgen. María es elevada al cielo por ángeles, lo que simboliza su santidad y conexión celestial. La posición de sus manos en oración, denota humildad y aceptación de la voluntad divina. La corona enfatizan su realeza y pureza; y la aureola, su santidad y presencia divina.
San Mateo
s.XV
Arcángel San Gabriel
s.XVIII
La escultura del Arcángel San Gabriel, tallada en madera y policromada en el siglo XVIII, responde al estilo barroco castellano, caracterizado por su expresividad y dinamismo. Representado como mensajero de Dios, Gabriel simboliza la revelación divina, la comunicación espiritual y la esperanza. Su gesto ascendente y la presencia de querubines refuerzan su carácter celestial.
Esta imagen no solo ilustra un pasaje bíblico, sino que también buscaba conmover e instruir al espectador, inspirando la escucha interior y la fe. Su función era claramente devocional, formando parte del discurso visual que guiaba la religiosidad popular en iglesias y procesiones
Capitel
s.XIII
Capitel del siglo XIII, tallado en piedra caliza y de autoría anónima, que ilustra tres episodios clave del cristianismo. Un hecho que sitúa esta pieza como ejemplo de la narrativa visual medieval y el simbolismo religioso de la época.
Capitel
s.XIII
Adornado con arpías y aves del paraíso. Las primeras simbolizan la lujuria y los vicios terrenales según la moralidad cristiana medieval.
A nivel iconográfico combina rostro humano, cuerpo de ave, pezuñas de caprino y cola de serpiente. Esta última la diferencia de las sirenas y refleja la influencia de la iconografía clásica. La capucha remite a los infieles, en particular a los musulmanes, en el contexto de las cruzadas.
Se trata de una pieza que testimonia la didáctica visual de la época y que instruía sobre el pecado y la redención.
También conocida como florentina, dantesca o jamuga. Se trata de un asiento plegable de doble tijera, que surge en Italia durante la Baja Edad Media, como resultado de la evolución de la silla de tijera. Sin embargo, esta tipología también es común en otros países europeos. En algunos de ellos fueron asientos de honor hasta el siglo XVII.
Progresivamente pierden importancia en favor de las sillas de brazos, pero durante el siglo XIX y XX vuelven a producirse por considerarse una producción típica española. Este ejemplar imita las originales de época renacentista y posee una gemela en las colecciones del Palacio Episcopal.
El origen de este mueble se sitúa en Francia en el siglo XVIII. Se trata de un armario bajo con puertas al frente y, generalmente, de poco fondo. Su nombre procede de su ubicación más habitual, los paños de pared entre ventanas. Solían producirse en parejas y tuvo gran aceptación durante el siglo XIX.
En el centro de las puertas de este entredós hay dos escenas pintadas sobre sendas placas de porcelana. En ellas se representan arquitecturas de carácter popular. El resto del frente presenta diferentes motivos en bronce dorado a fuego.
Desde el siglo XVII se disponen en la mesa diferentes elementos que progresivamente han adoptado una función meramente decorativa. Entre ellos se encuentran los centros de mesa, el frutero o el conocido como “épergne”. Este último fue introducido desde Francia en el s.XVIII y solía utilizarse para contener cualquier tipo de comida o postre. Las argollas situadas bajo los leones alados de sus extremos podrían indicar que, inicialmente, estaba configurado por otros elementos.
Decorado con arpías y aves del paraíso. Las primeras simbolizan la lujuria y los vicios terrenales en la moralidad cristiana medieval. A nivel iconográfico combinan rostro humano, cuerpo de ave, pezuñas de caprino y cola de serpiente. Este último atributo las diferencia de las sirenas y refleja la influencia de la iconografía clásica. La capucha remite a los infieles, en particular a los musulmanes, en el contexto de las Cruzadas. Se trata de una pieza que testimonia la didáctica visual medieval, que instruía sobre el pecado y la redención.